La decisión del gobierno de escoger un sendero de desinflación, con un tipo de cambio flexible y metas fiscales y de inflación como pilares de dicha estrategia, ha reavivado en el ámbito local un debate de larga historia en economía. La pregunta central gira en torno a la existencia de costos, tanto en materia de actividad como de empleo, generados por una desinflación. En un extremo, en una economía donde los salarios y los precios son totalmente flexibles (i.e. ausencia de rigideces nominales), una contracción monetaria no acarrearía costos significativos, dado que tanto salarios como precios se ajustarían inmediatamente a las nuevas condiciones, impidiendo así la existencia de costos reales. Por otro lado, con precios y salarios rígidos, una menor cantidad de dinero no sería suficiente para comprar la misma cantidad de bienes y servicios previos a la contracción, lo cual ocasionaría una reducción en el nivel de actividad y empleo. La literatura empírica presenta una evidencia mixta respecto del grado de rigidez de los precios, por lo que el debate acerca de qué tan costosa es una desinflación (y si efectivamente lo es) aún no ha sido saldado1. En esta entrada nos proponemos analizar la evidencia internacional para arrojar luz sobre el debate local. En particular, planteamos revisar una muestra amplia de países, tanto de economías emergentes como industrializadas, que han logrado reducir su tasa de inflación desde niveles moderados o altos, y analizar si han sufrido o no costos reales para conseguirlo.
Las experiencias de desinflación fueron seleccionadas empleando datos anuales desde 1980 a 2014 del Fondo Monetario Internacional (FMI), de acuerdo al siguiente criterio:
a) identificamos aquellas observaciones con inflación IPC anual, πt, o promedio móvil centrado, , mayor al 15%, y consideramos como periodo inflacionario a aquellos años consecutivos donde se registraron 4 años o más de inflación (o promedio móvil) superior a este umbral;
b) determinamos las observaciones posteriores a un periodo inflacionario con inflación menor al 10%, y lo consideramos como periodo de estabilidad si se registraron 4 años consecutivos o más de una inflación inferior a este nivel;
c) por último, fijamos como inicio del periodo de desinflación, t0, el máximo (pico) del periodo inflacionario, y como final, T, el primer año del periodo de estabilidad.
En total quedaron seleccionadas 43 experiencias de las cuales 15 fueron excluidas del Gráfico 1 por corresponder a hiperinflaciones2. Como se observa en el histograma, en términos de la magnitud de la desinflación, la muestra considerada cubre un amplio rango.
El 88% de las 43 experiencias estudiadas posee un crecimiento promedio positivo durante el periodo desinflacionario, mientras que solo 5 de ellas decrecen3. A su vez, cabe destacar que la duración de los episodios no juega un rol determinante sobre la performance en términos de actividad para los episodios considerados.
El Gráfico 2 resulta informativo acerca de si las desinflaciones se encuentran o no asociadas con recesiones. Sin embargo, no tiene en cuenta que las distintas economías poseen tasas de crecimiento de largo plazo diferentes y esto también debería ser considerado en el análisis. En otras palabras, la afirmación de que una economía no ha tenido costos al atravesar un proceso de desinflación porque reportó un crecimiento del PIB promedio de un 3%, podría verse cuestionada si se considerara que dicha economía mantenía un crecimiento del 5% en años previos a la desinflación.
Una manera muy difundida de incorporar esta crítica es utilizar ratios de sacrificio (SR, por sus siglas en inglés). Estos se componen de un numerador que contiene la sumatoria de desvíos del PIB observado con respecto al PIB potencial, Yt*, expresada en puntos porcentuales, y un denominador que considera la diferencia entre la inflación al final del episodio de desinflación, πT, y al inicio de este, πt0. De esta manera, el SR indica cuántos puntos porcentuales (p.p.) de crecimiento se habrían perdido por cada punto de desinflación logrado. Cuanto mayor (menor) sea el SR, mayor (menor) será el costo, en términos de actividad, asociado a la desinflación. El SR entonces puede computarse a partir de la siguiente fórmula:
(1)
La construcción de este indicador requiere de dos elementos centrales: i) la delimitación del episodio de desinflación, y ii) la definición del nivel de actividad potencial, una variable inobservable. Existen distintas metodologías para definir estas dos cuestiones. Con respecto a la primera, el método usual es el propuesto por Ball (1994). Esta técnica señala como picos y valles a los periodos donde la tendencia de la inflación, definida usualmente como un promedio móvil centrado, llega a un máximo y a un mínimo local, respectivamente. Luego se considera como episodio de desinflación a los años entre un pico y un valle. Con respecto a la definición del nivel de actividad potencial, las metodologías son variadas. Ball (1994), asume que los países se encuentran en el producto potencial tanto al inicio de la desinflación como en el período inmediato posterior al final del episodio, por lo que traza la tendencia log-lineal que une tales puntos y considera dicho sendero como el del PIB potencial4. Por otro lado, Gonçalves y Carvalho (2008) y Zhang (2005), entre otros, utilizan el filtro Hodrick-Prescott (HP) para distinguir las fluctuaciones cíclicas de aquellas inducidas por la desinflación y así calcular la tendencia del producto. Al respecto, King y Watson (1994) y Bernanke et. al. (1999)destacan la necesidad de distinguir las contracciones inducidas por los shocks de política desinflacionaria de potenciales shocks que hayan afectado a la economía simultáneamente (i.e. correcta identificación), crítica que las metodologías previamente mencionadas no incorporan plenamente.
El Gráfico 3 muestra los ratios de sacrificio computados a partir de la ecuación (1), donde se utilizó el PIB per cápita a precios constantes y se definió al PIB potencial per cápita como la tendencia que surge de aplicar el filtro de HP5 al PIB observado. De esta forma, la cantidad de experiencias se ve reducida a 28 ya que se excluyen las hiperinflaciones, pues el valor que tomaría el denominador distorsionaría severamente la métrica.
Las experiencias seleccionadas abarcan tanto casos de presencia (ratio de sacrificio positivo) como ausencia (ratio de sacrificio negativo) de costos reales, y ello resulta independiente de la duración de cada episodio. Por ejemplo, se observa cómo las experiencias de Chile y México tuvieron resultados opuestos. En el caso chileno, cada punto de desinflación se asocia a una pérdida de 0,1 p.p. de PIB con respecto a su tendencia, mientras que, en el caso mexicano, se vincula a una ganancia de más de 0,1 p.p. de PIB por cada punto de desinflación. En los términos planteados, este ejercicio matiza la idea de ausencia de costos sugerida por el Gráfico 2.
En conclusión, el análisis de la evidencia internacional a partir de los ratios de sacrificio, tal como se expuso en esta nota, indica que las desinflaciones no son necesariamente costosas. Sin embargo, es importante notar que la performance durante la desinflación probablemente esté condicionada por la heterogeneidad muestral en lo respectivo a otras variables no incluidas en el análisis, como por ejemplo el nivel de la tasa de inflación, la magnitud de las rigideces nominales y reales, las reformas estructurales involucradas, el nivel de apertura comercial y el nivel de endeudamiento, entre otros. Por último, es pertinente destacar que este análisis no estudia los beneficios (o pérdidas) de largo plazo resultantes de haber transitado exitosamente una desinflación. Esta cuestión deja la puerta abierta a otro debate.