Discurso del Presidente del Banco Central de la República Argentina, Federico Sturzenegger, en el 9° Foro de Economía y Negocios de la Fundación Libertad

Muchas gracias por la invitación a este encuentro. Es siempre un placer tener la posibilidad de participar en estos valiosos espacios de discusión y reflexión de ideas. Sobre todo en un espacio con el que me une el ideal común de la libertad.

Argentina lleva mucho tiempo viviendo con cierto miedo a la libertad. Es tan antiguo como el hombre mismo el debate entre quienes creen que la libertad debe ser defendida, porque es tanto uno de los valores esenciales que hacen a nuestra posibilidad de desarrollarnos como seres humanos, como uno de los instrumentos centrales de progreso económico; y aquellos que, por el contrario, creen que la libertad es tan sólo la convalidación de un ámbito de lucha desigual que sólo beneficia a los poderosos en detrimento de los más débiles.

En esta segunda visión del mundo se justifican las prácticas autoritarias o totalitarias que, justamente, encuentran excusas diversas para avasallar el ámbito de la libertad individual. Este debate ha sido una constante de la vida social y política de toda la humanidad, y sería pretencioso de mi parte repasarlo, pero permítanme humildemente aportar algunas reflexiones personales, que pueden tal vez resultar útiles.

Nuestra Constitución es sabia en este punto, y vale la pena volver a leer su artículo 19, que dice: “Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están só- lo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe.”

Sin embargo, violamos a menudo este mandato Constitucional en nuestras leyes y en nuestras reglamentaciones (aunque cada caso no estará exento de polémica y deberá analizarse por separado), porque hemos ido corriendo la línea donde determinamos aquello que divide las acciones privadas de las públicas. Les doy un ejemplo muy zonzo pero que ilustra el punto en la actividad que desde el Banco Central me toca regular: la apertura de sucursales bancarias.

Cuando llegamos a la gestión, existía un entramado regulatorio que exigía una gran cantidad de condiciones, obligaciones y requisitos para que una entidad financiera pueda instalar una sucursal. Más allá que nunca entendí por qué el Estado querría impedir que se abriera una sucursal, lo cierto es que establecer una sucursal bancaria constituye un negocio legítimo, no ofende al orden, no atenta contra la moral pública, ni perjudica a un tercero. ¿Qué tiene que hacer el Estado imponiendo condiciones para que un habitante de nuestra República encare ese negocio?

Y por otra parte, ¿por qué aceptamos tan pasivamente que el Estado deba meterse en esta decisión? (No es necesario aclarar que estas restricciones y condiciones ya no existen más, y en consecuencia ha florecido la instalación de nuevas sucursales, para ser exactos, 86 en el año 2016 y, sólo en el primer trimestre de este año, se abrieron 69 adicionales, más que las 62 instaladas en todo el 2015, y esto sin que se hayan reportado ni perjuicios ni ofensas producto de dicha expansión).

Pero más allá de esta defensa de la libertad individual per se, como economista tengo un gran respeto por la libertad como constructora de lo social, y como vehículo para el progreso individual y colectivo. Por supuesto esto lo avala la evidencia de las sociedades libres, mucho más ricas y prósperas que las totalitarias.

En este sentido vale la pena repasar algunos de los argumentos del famoso economista y Premio Nobel Amartya Sen, en su reciente libro “La libertad como desarrollo”. Allí, Sen asocia el concepto de desarrollo íntimamente con el de libertad. En su visión, la gente interactúa de diversas maneras. Por ejemplo, hablando, criticando, o chateando en las redes sociales. Y, dice Sen, una parte esencial del desarrollo es que eso se pueda hacer en un ámbito con la más plena libertad. Lamentablemente, hay momentos en los que a los gobiernos no les gusta que la gente diga, lea o vea ciertas cosas. Y entonces utiliza la censura, directa, como hace el gobierno de Nicolás Maduro, cerrando medios opositores o bloqueando redes sociales, o de manera indirecta, comprando medios o pagándoles a periodistas para que repitan un cierto discurso. Pero como sabemos, es muy difícil hacer que la gente no diga, no lea o no vea lo que efectivamente quiere decir, leer o ver.

Recuerdo en el Colegio Nacional de La Plata, donde hice mi secundario entre los años 78 y 83, cuando el bibliotecario me pasaba por debajo del mostrador “La rebelión de las masas” de Ortega y Gasset, y me decía con picardía, “mirá que está prohibido, no me lo vayas a perder”. Pero allá me iba yo a leer el libro, además de libre, feliz de la vida. De la misma manera, dice Sen, así como la gente conversa, critica y chatea, y esa libertad de conversar, criticar y chatear es parte esencial de la libertad y del desarrollo, la gente también transacciona: compra, vende, negocia, ofrece servicios, o los demanda. Y que esto se pueda hacer en un contexto de libertad también es, dice, una parte central de la agenda de libertad y de desarrollo de cual- quier sociedad. Y esta libertad es la que hace que cada individuo esté focalizado en pensar en cómo ofrecerle a sus conciudadanos algo que les sirva, que les interese, incluso que los motive a comprarlo. A partir de esos incentivos se producen las fuerzas en la sociedad que impulsan el progreso.

Termina diciendo Sen, que antes de evaluar si los mercados funcionan bien o no, si sirven para estimular el crecimiento o no, hay una dimensión de libertad individual que no puede ser puesta en juego. Porque sin libertad no hay desarrollo posible, justamente porque la libertad es un componente esencial del progreso y de la sociedad que queremos construir.

En Argentina, la Fundación Libertad es de las instituciones que mejor y más persistentemente ha argumentado estas ideas. Con esto no quiero decir que jamás se presentan motivos que justifiquen la intervención estatal, ya que por ejemplo un mercado poco competitivo necesita de intervenciones inteligentes para promover la competencia. Pero si no comprendemos bien por qué se requiere la intervención, entramos en un proceso de sobrerregulación que puede acotar innecesariamente los márgenes de libertad (al tiempo que genere los incentivos para la corrupción y los privilegios).

Quizás un ejemplo dramático que vivimos fue la del llamado cepo cambiario, que absorbió inútilmente las energías de nuestra sociedad durante 4 largos años, y que, a su vez, se convirtió en un gran generador de inequidades, corrupción y privilegios.

Llevó al Estado, y en esto al BCRA le correspondió una parte importante, a la producción de un entramado de regulaciones, trabas, sumarios y persecuciones de las cuales no hay nada para enorgullecerse. Por eso quizás uno de los momentos más preciados que tenemos de nuestra gestión es recordar esa madrugada del 17 de diciembre, donde decidimos dar por tierra de un plumazo con todo ese entramado. Donde decidimos restablecer el imperio de la libertad para que los argentinos tuvieran la potestad de elegir tener la moneda que prefieran, transaccionar como quisieran hacerlo y ahorrar como quisieran.

Disculpen esta larga introducción, pero me pareció apropiada en el contexto de esta invitación con la que me honra la Fundación Libertad.

Fuente: BCRA

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