COVID-19: TRAGEDIA Y OPORTUNIDAD DEL CAPITAL HUMANO ARGENTINO.

La pandemia generó un impacto notable en la salud y en la economía de los argentinos, un golpe letal que se aprecia de forma instantánea en las estadísticas de muertes y en el nivel de actividad. Sin embargo, hay una tragedia que se está gestando pero que sus efectos se apreciarán sólo en el mediano y largo plazo: la degradación del principal activo de la Argentina, su capital humano.

Un año entero sin clases presenciales, y la perspectiva incierta sobre su reinicio en el 2021, no será gratis para el entramado social y productivo argentino. Esta realidad terminará lesionando con fuerza la competitividad y el crecimiento futuro de la economía, afectará los indicadores sociales y empeorará notablemente la distribución del ingreso.

Parte de las instituciones educativas y sus estudiantes han logrado transitar de forma acelerada la curva de aprendizaje, fueron exitosos en implementar herramientas para el estudio de forma remota, y compensaron en buena parte los huecos de una enseñanza sin contacto personal. De hecho, muchos alumnos han disfrutado de recursos y profesores de elite inaccesibles en momentos pre pandemia. Por otro lado, la necesidad hizo que muchas escuelas hayan dado un salto tecnológico y metodológico inédito y un viraje en el rol docente, que hubieran llevado décadas en un contexto normal. Se ha dado un avance complejo e irreversible, que cambió la educación y conmueve muchos de los paradigmas hasta ahora incuestionables, incluyendo el concepto de la presencialidad permanente.

Sin embargo, las instituciones que son el sostén educativo de los sectores económicos más apremiados no tuvieron esa posibilidad.

La oferta educativa, principalmente la enfocada en estudiantes de bajos ingresos, no estaba preparada para enfrentar semejante cambio profundo e intempestivo.  La demanda de esa educación, los estudiantes, mucho menos.

Si consideramos el estrato poblacional del 20% con menores ingresos, se descubre que no hay posibilidad fáctica de que exista un proceso de aprendizaje exitoso y masivo: solo el 25% de los estudiantes argentinos de ese quintil de ingresos inferiores tiene acceso al menos a una computadora; poco más del 30% tiene un escritorio; y menos del 60% tiene un espacio físico para estudiar en su hogar[1]. No hay infraestructura educativa para sostener la enseñanza virtual para los alumnos menos favorecidos económicamente.

A la falta de un acceso pleno a las herramientas básicas para mantener un cursado razonable, se le agregan otros factores que complejizan aún más la situación: la escasez de recursos y de gimnasia para la educación remota (aun cuando el sistema educativo ha hecho un esfuerzo enorme), el stress familiar y la inseguridad económica. Tampoco se puede soslayar el rol que cumplían las escuelas públicas como proveedoras de contención y alimentación a los sectores sociales más castigados, que dejaron de atender y que servía como incentivo para alentar la asistencia y el empeño escolar.

Estos largos meses sin la posibilidad de contar con una educación integral dejarán secuelas fuertes en los futuros ciudadanos mayores de edad, trabajadores y profesionales. La velocidad con la que cambian las necesidades del mercado laboral y el requisito de flexibilidad mental y capacidad de adaptación, son características salientes del siglo XXI. Para que los niños puedan incorporar esas habilidades es ineludible una alfabetización plena, el desarrollo de un razonamiento lógico y la incorporación de las nuevas tecnologías, y esto se logra únicamente en el marco de una educación completa, sin baches.

Los niños que no se alfabeticen plenamente y que no incorporen habilidades mínimas de razonamiento y tecnológicas estarán fuera del mercado laboral de valor agregado en serio. Para ir al extremo, nadie puede programar en Phyton o en Java si no lee correctamente o no razona con destreza. Por ejemplo, por más que la economía del conocimiento atraviese un presente soñado, no tendrá el futuro que se merece si antes no se remedian los efectos directos e indirectos de la falta de escolaridad corriente.

Desaprovechar la riqueza y la capacidad de aprendizaje de los niños de hoy, no es ni más ni menos que una descapitalización fortísima de la Argentina, es limitar el potencial de desarrollo, es relegarse a ser un país más básico y precario. Y un año de virtual blackout educativo para una franja importantísima de la sociedad es demasiado.

Y claro, no se trata solo de crecimiento, sino de una situación que terminará afectando socialmente a los estratos que quedaron marginados de la educación. Un año sin estudios para los grupos más desfavorecidos dificultará con creces cualquier posibilidad de salir de la trampa de la pobreza. Y potenciará la desigualdad social, otro activo notable que hace tiempo estamos perdiendo. Hoy el 20% más rico de la sociedad (el que perdió muy poco de escolaridad en 2020), tiene un ingreso mensual de casi 7 veces el del 20% más pobre (el que no tiene las herramientas para estudiar desde su casa).

La Argentina no se puede permitir iniciar otro ciclo lectivo con restricciones educativas extremas. Tampoco puede recomenzarse la educación sin considerar los grandes cambios y avances que se registraron. Se deben ultimar los esfuerzos de todos los actores (gobierno, docentes, padres y alumnos) hoy, para que el inicio de clase en condiciones óptimas sea una prioridad, pero también potenciando las bondades tecnológicas y metodológicas que sin querer está dejando la pandemia. Y no se trata de volver a la normalidad, sino de recuperar el terreno perdido, adaptarse y democratizar los avances registrados. Se trata de que todos los protagonistas realicen un esfuerzo extra para evitar condicionar el estilo de vida futuro de los sectores más postergados y la salud económica de largo plazo de la Argentina.

[1] Se tomaron los datos citados en Unicef – PNUD LAC C19 PDS No. 20 – Sandra García Jaramillo (2020): «COVID-19 y educación primaria y secundaria: repercusiones de la crisis e implicaciones de política pública para América Latina y el Caribe».  Esta fuente utiliza información estadística de las pruebas PISA del año 2018. Si bien las pruebas PISA están enfocadas en alumnos de nivel secundario de 15 años, se supone que son extrapolables a toda la población educativa.

Fuente: Pablo Besmedrisnik, Slomit Milchiker. Invenómica

Leer más Informes de:

Empleo y Social Macroeconomía Opinión Propia