En 2016 el ritmo de crecimiento de la economía chilena registró una disminución (del 2,3% en 2015 al 1,6% ese año), debido a la contracción de la inversión y de las exportaciones, pese al aumento del consumo público y privado. Este comportamiento se reflejó en una desaceleración generalizada de la mayoría de los sectores de actividad económica, con contadas excepciones (comercio), además de contracciones en sectores claves, como la minería. Este contexto se explica en parte por una débil demanda agregada externa y un precio internacional del cobre que se situó por debajo del registrado en 2015.
La desaceleración económica produjo una fuerte caída de los ingresos tributarios, pese a los efectos positivos en la recaudación de la reforma fiscal implementada el año anterior. La evolución de los ingresos fiscales no pudo ser compensada por el esfuerzo de contención del gasto público, lo que redundó en un aumento del déficit público (que pasó del 2,2% del PIB en 2015 al 2,7% del PIB en 2016).
A la vez, la debilidad de la demanda, en conjunto con la disminución de algunos precios internacionales, los costos laborales y la apreciación del tipo de cambio aliviaron las presiones inflacionarias. Como resultado, la tasa de variación del índice de precios se situó en un nivel inferior al del año anterior (fue del 2,7% en diciembre de 2016, frente a un 4,4% en el mismo mes de 2015). Ante este escenario, la política monetaria mantuvo una postura expansiva que, sin embargo, no se traspasó a la estructura de las tasas de interés, lo que, conjuntamente con el bajo dinamismo de la demanda agregada interna, se tradujo en una baja de la demanda de crédito y de las colocaciones para comercio y vivienda.