Desde el estallido de la crisis financiera mundial y en respuesta a la posterior crisis de la deuda europea, el Banco
Central Europeo (BCE) ha adoptado diversas medidas para estabilizar la economía y lograr su objetivo: la
estabilidad de los precios. En particular, desde mediados de 2014, el bajo nivel de crecimiento, pero, sobre todo, la
fuerte caída en las expectativas de inflación en la zona del euro ha llevado al BCE a adoptar varias medidas no
convencionales. En primer lugar, introdujo los tipos de interés negativos. En segundo lugar, proporcionó a los bancos
financiación a largo plazo a tipos de interés muy bajos. Y, en tercer lugar, decidió lanzar un programa de compra de
deuda pública, que se unió al programa de compra de activos del sector privado (ABS y bonos corporativos y
garantizados), más conocido como “Quantitative Easing” (QE).
Tal como ya enfatizó el BCE, los riesgos de deflación han desaparecido casi en su totalidad. De hecho, junto
con las medidas poco convencionales adoptadas por el BCE, la combinación de varios acontecimientos en múltiples
frentes (a nivel mundial y en la zona del euro) está contribuyendo de forma gradual pero progresiva al aumento de la
inflación en la zona del euro, así como de las expectativas del mercado. No obstante, el nivel objetivo del BCE
todavía está lejos de alcanzarse.
De cara al potencial proceso de normalización de la política monetaria, que depende de los datos registrados en la
zona del euro, el indicador sintético de inflación de BBVA Research permitiría monitorizar la evolución de un
amplio conjunto de métricas y cómo los indicadores de inflación se van acercando a niveles consistentes
con el mandato del BCE y, en consecuencia, permitiría anticipar cualquier paso futuro que pueda dar el banco
central.
Las medidas adoptadas por el BCE, y en particular la aplicación de la QE, han logrado su objetivo de detener el
deterioro de las expectativas de inflación (a pesar del prologando periodo de baja inflación), lo cual se refleja en
todos los componentes del indicador sintético de inflación, que han comenzado a converger en su media histórica.
Esto es especialmente cierto para el indicador a largo plazo, y menos para los indicadores más contemporáneos
(Gráfico 1). En particular, las expectativas de inflación a largo plazo experimentaron una subida desde el nivel mínimo
alcanzado en el verano de 2015 gracias a la revisión al alza del pronóstico de inflación a largo plazo (5 años
después), derivado de la encuesta a expertos en previsión económica (SPF, por sus siglas en inglés) y del repunte de
las expectativas basadas en información del mercado (swap sobre inflación a 5 años). No obstante, esta mejora se
esfumó bruscamente debido a los episodios de incertidumbre vividos en China, que redujeron las expectativas de
inflación (y arrastraron a la baja las previsiones) de manera significativa en un contexto en el que los precios del
petróleo disminuyeron en torno a los 30 dólares por barril. Durante este episodio, aunque el indicador general no volvió a su nivel más bajo -registrado a principios de 2015-, los componentes relacionados con las expectativas a
largo plazo estuvieron muy cerca de su nivel históricamente más bajo.
En 2017, en un contexto de una mejora cíclica palpable en la zona del euro, gracias, entre otras razones, a las
condiciones monetarias muy acomodaticias, desde el otro lado del Atlántico empezaron a soplar vientos de cola para
la inflación. Las expectativas del mercado relacionadas con las políticas reflacionarias adoptadas en la economía de
EE.UU. y su contagio global tras las elecciones presidenciales fueron uno de los temas más debatidos durante la
primera parte de 2017. Esto llevó a una revisión al alza de las previsiones de crecimiento e inflación y, en
consecuencia, a la mejora de los indicadores a medio y corto plazo, también apoyada por el incremento de los
precios del petróleo. Aunque este estado de ánimo en EE.UU. se desvaneció progresivamente, se vio compensado
por el progreso cíclico en la zona del euro (también respaldado por un crecimiento global y sincronizado), lo que
favoreció el repunte de los indicadores a corto y medio plazo, debido tanto a los registros actuales de inflación como
a la revisión del pronóstico al alza de algunas instituciones (BCE o encuesta SPF).
El indicador no solo ha reanudado su tendencia al alza, sino que además, esta tendencia se ha ido
acelerando recientemente. Hay varios factores que subyacen a tales movimientos: (i) impulso económico cíclico en
la zona del euro (mejora del indicador a medio plazo a medida que el BCE y la SPF mejoraban su previsión de
inflación, convergiendo muy gradualmente al su objetivo en 2020), (ii) la postura acomodaticia del BCE y (iii) el
entorno económico global (ambos ayudaron a mejorar indicador de inflación a largo plazo, principalmente debido a
datos basados en el mercado). El indicador a corto plazo es el único que aún permanece rezagado, ya que la
inflación general sigue lastrada por los efectos base temporales de los precios de la energía (que se espera que se
reviertan en los próximos meses), y la inflación subyacente sigue siendo moderada.